Estamos asistiendo de forma preocupante a una moda o tendencia, por parte de prescriptores en los proyectos de intervención de restauración de patrimonio artístico, en no dar la importancia que se merece a la restauración de los elementos dorados en oro fino.
De todos es conocida la práctica de restaurar los dorados con “purpurina”. Para el neófito, esta restauración parece apropiada, ya que tapa los blancos que aparecían al desprenderse la lámina de oro y dejar al descubierto el blanco de la preparación. Estas graves agresiones cometidas en obras del patrimonio-artístico como: retablos, marcos, mobiliario, molduras, etc. se podía justificar por la penuria económica y sobre todo por la falta de conocimiento.


Con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que una de las causas más desfavorables a la hora de intervenir un objeto dorado, son las malas intervenciones anteriores que se han llevado a cabo, recubriendo los dorados en oro fino, con purpurinas, oros falsos al mixtión, etc. El tiempo degrada los materiales, los agentes atmosféricos, la luz, la mala manipulación, etc. pero lo peor, lo que más estropea una obra de arte son las malas intervenciones. Podemos asegurar que los costes se disparan, las horas que hay que emplear en solucionar el entuerto son cuantiosas. La reversibilidad de las intervenciones, tiene que ser una premisa irrenunciable. Sin embargo, cuando se emplea “mica mineral” aglutinada con acrílico y luego se emplean pátinas con betunes y pigmentos para camuflar esta intervención, oscureciendo los dorados, es evidente que esta práctica es muy poco reversible.



Pongo una llamada de atención sobre aquellos prescriptores (arquitectos, restauradores, conservadores, historiadores del arte… etc.) para que conozcan y aprecien la técnica del dorado.
No podemos obviar una técnica decorativa milenaria. Sabemos de esta técnica desde los tiempos de la antigüedad. El oro es un metal noble cargado de gran valor simbólico y empleado por las más altas y nobles dignidades.

Sabemos de su empleo por parte de egipcios y sumerios, que lo utilizaban para cubrir materiales menos valiosos, como la madera o la piedra o incluso metales de menor valor.
La técnica del “dorado al agua” requiere de un conocimiento y una pericia para su correcta ejecución. El dorado o el plateado con técnica al agua nos permite crear decoraciones que con otro material sería imposible, los mates, los brillos, del oro bruñido, sus reflejos, sus tonalidades, no se pueden imitar con el pintado con “mica mineral”.


Una excepción que es el retoque de pequeñas faltas, se ha convertido en regla al cubrir completamente la decoración con “IRIODIN”.
El dorado es un oficio y no se puede sustituir por el “pintado”, que es otro oficio.
Reclamamos más rigor por parte de los responsables en la conservación de nuestro Patrimonio para evitar la destrucción y el empobrecimiento del conocimiento. Últimamente hemos sido testigo de restauraciones en palacios y en objetos artísticos, en las que el proyecto admitía pintar los dorados con “mica mineral” y patinado posterior.
Estamos potenciando el oficio de “chapuceador” y el cliente que no entiende le parece hasta bonito, porque parece antiguo, sin ser consciente de los resultados posteriores.
La restauración de los dorados tiene que pasar por una limpieza, su correspondiente consolidación y si se reintegra debe ser con oro fino, utilizando la misma técnica que en su ejecución, los brillos bruñidos y los mates sin bruñir. Siempre es preferible reintegrar la pérdida de superficie dorada con un criterio arqueológico mediante una abstracción cromática, con el criterio de realizar una correcta lectura de la obra.
Seamos rigurosos y no nos permitamos perder parte de ese patrimonio intangible, que es el conocimiento. No debe obviarse el oficio de dorador, solo por el objetivo de reducir costes de producción.
